Este texto forma parte del texto explicativo del software de astronomía Home Planet.
El sentido de la vida
Las estrellas: viejas conocidas
A los astrónomos aficionados les gusta compartir su amor por los cielos, y por eso a veces hablan de «las amistosas estrellas». Ciertamente cualquiera que conozca bien el cielo no puede mirar hacia arriba sin ver a sus viejas amigas tan conocidas, amigas a las que se puede visitar una y otra vez, ya sea con un telescopio, con binoculares o simplemente acostados en el campo en un noche de primavera, bebiendo los cielos con ese venerable instrumento que es el ojo humano.
El hostil universo
Sin embargo, cuando uno aprende más acerca del universo, empieza a verlo como menos amistoso. Porque las estrellas no son lamparitas que cuelgan en el cielo para guiarnos en la noche sino rugientes hornos nucleares separados por un vacío tan inmenso que nuestras mentes no pueden captar su extensión. Estudiar astronomía es descubrir una violencia que se sitúa más allá de la experiencia humana: estrellas que explotan incinerando a sus planetas o que se consumen convirtiéndose en cenizas eternamente oscuras; fuentes de radiación tan intensa que eclipsan galaxias enteras, propulsadas por agujeros negros que se tragan gigantescas estrellas, gravedad que aplasta los átomos hasta volverlos partículas subatómicas o nada; galaxias enteras que explotan, colisionan unas con las otras y devoran a sus vecinas; un universo nacido de un estallido creativo que todavía hoy brilla y que está destinado a dos opciones (no sabemos cuál de las dos): puede ser que colapse y desaparezca aplastado o que expanda hasta una eternidad de oscuridad y frío. Universo fantástico cuando lo contemplamos, pero horrible en su aparente hostilidad contra la vida.
Es fantástico porque lo que descubrimos en el cielo parece ser tan ajeno a nuestra propia experiencia. Y es horrible porque mirar hacia el cielo es preguntar: «¿Cuál es mi lugar en este universo?». Miramos hacia arriba desde nuestro globo repleto de vida y vemos un vacío sin fin: desierto, inanimado y violento. Aprender que no solo la propia existencia personal, ni la experiencia total de la humanidad, sino que la vida misma es insignificante e irrelevante al universo significa quedarse de pie ante las ahora frías y hostiles estrellas.
Mire hacia arriba al cielo, mire hacia abajo a nuestra Tierra. Arriba, la negrura moteada por puntos de fuego, montones de mundos en nuestro barrio, y todos ellos sin vida. Debajo de nosotros, un globo que no solo es el hogar de multitud de seres vivos sino que parece que hubiera sido formado especialmente para la vida: su atmósfera sustentadora de vida en sí misma es creada y mantenida por la vida. La Tierra no es un mero hogar de la vida, en un sentido cierto está viva. Pero está sola.
¿No será que las estrellas son el hogar de otras formas de vida, quizá especies inteligentes que ya han oído los gritos electromagnéticos de nuestro parto y se están preparando para darnos la bienvenida a la comunidad galáctica? Es casi seguro que no: hay razones para creer que estamos solos en la galaxia, y quizá en el universo.
La improbable vida en la Tierra
¿Cuál es el sentido de la vida? El sentido de la vida es vivir. Vivir es expandir el ámbito de la vida misma, copiándose, adaptándose, modificando el medio y evolucionando hasta otras formas de vida. Hace cerca de 3000 millones de años, a través de una secuencia de coincidencias fantásticamente improbables, la Tierra empezó a vivir. Se pueden encontrar trazas de organismos primitivos en algunas de las rocas más antiguas. Durante 2000 millones de años, esas criaturas unicelulares ―las células procariotas, cuyos descendientes actuales son las bacterias y las algas azul-verdosas― fueron los únicos representantes de la vida. No fue sino hasta hace 1500 millones de años que se empezaron a desarrollar criaturas unicelulares ―las eucariotas, que son células con núcleo― que poseían una estructura más parecida a las células de nuestro cuerpo. Hace solo 800 millones de años esas células (los protozoos) se organizaron en formas de vida multicelular (los metazoos). Y desde allí evolucionó toda la enorme variedad de la Tierra: en un instante si lo comparamos con los 4500 millones de años de historia que posee la Tierra. Y ahora la evolución ha producido seres que miran al cielo y se preguntan persistentemente, como los niños que somos a escala cósmica: «¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?».
El sentido de la vida es vivir
El sentido de la vida es vivir. Vivir es expandir el ámbito de la vida misma, copiándose, adaptándose, modificando el medio y evolucionando a otras formas de vida. Somos herederos de más de 3000 millones de años de incesante experimentación global a nivel molecular, de competición entre individuos y especies, de una incansable expansión de la vida a nuevos medios y la aparición de nuevas capacidades. Hemos evolucionado hace tan poco tiempo hasta esta etapa en la que creemos que somos únicos, ¿cómo podemos tener la arrogancia de creer que no habrá otros seres inteligentes que vean nuestro Sol como una estrella en su cielo y que arrogantemente se crean únicos?
Enrico Fermi: «Si existieran ya estarían aquí»
Fue el físico italiano Enrico Fermi el primero que dijo: «Si existieran... ya estarían aquí». La vida expande sus propias metas. La vida en la Tierra se extiende desde los arrecifes subocéanicos donde nació la propia corteza de la Tierra, hasta los picos de los más altos montes y las más remotas regiones de la Antártida. En el transcurso de una sola vida humana, trascendiendo los límites de nuestros cuerpos y la inteligencia de nuestras mentes, nuestra especie ha descendido hasta los puntos más profundos del océano, ha visitado los puntos más remotos del planeta, ha aprendido a volar en el aire y ha viajado más allá hasta el espacio, y el 20 de julio de 1969 puso el pie en otro mundo que nunca antes había albergado vida. Productos de miles de millones de años de vida expansiva, las mismas moléculas de las que estamos hechos nos empujan a difundir la vida incluso más allá. Ya nuestros representantes robots han visitado los principales mundos de nuestro sistema buscando vida y no han encontrado nada.
Pronto la vida llenará esta galaxia
¿Es razonable esperar que la vida deje de expandirse ahora, en el mismo instante en que se ha vuelto capaz de difundirse más allá, hacia delante, hacia fuera? ¿Que después de miles de millones de años e incontables cuatrillones de organismos, la vida de repente se quede encasillada en este minúsculo planeta, esperando el día en que el Sol muera y acabe con ella? No. Ya hemos dado nuestros primeros pasos hacia fuera. Una vez que la expansión comience en serio se va a propagar exponencialmente. Tomó 3000 millones de años de evolución antes de que la vida se las arreglara para ensamblar células individuales en criaturas complejas y luego solo 500 millones para evolucionar en seres capaces de transportar la vida a otros mundos. Solo si utilizáramos la tecnología que poseemos actualmente y viajando a la velocidad con que las sondas Vóyager se dirigen hacia las estrellas, podríamos empezar a explorar nuestra galaxia. Incluso a una velocidad tan baja ―se requerirían entre 10 000 años y 1 000 000 de años para viajar entre las estrellas―, si cada puesto de avanzada propagara sus propios emisarios de vida, la vida se esparciría por toda esta galaxia en solo 300 millones de años. Eso es menos de la mitad del tiempo que les tomó a las primeros organismos multicelulares evolucionar hasta volverse seres lo suficientemente audaces como para concebir estos pensamientos. Utilizando tecnologías que seguramente se desarrollarán en este siglo que comienza, fundamentado en el conocimiento científico que ya tenemos a mano, la vida podrá poblar la galaxia en solo 4 millones de años, lo que es comparable al tiempo que les llevó a los primeros homínidos a migrar desde el continente madre hasta los más lejanos rincones del planeta madre.
Estos 4 millones ―o incluso 300 millones de años― es un pestañeo comparado con los 10 000 millones de años desde que la galaxia alcanzó el estado donde los seres como nosotros nos pudiéramos desarrollar. Si la vida inteligente fuera un acontecimiento común, ¿por qué después de tanto tiempo que precedió a nuestra aparición ninguna especie evolucionada llenó la galaxia?
Nosotros somos los extraterrestres
«Si existieran... ya estarían aquí», decía Enrico Fermi. Entonces ¿dónde están? En ninguna parte. Seres inteligentes con tecnología millones de años más avanzada que la nuestra, diseminados hasta los confines de la galaxia, no serían difíciles de detectar. Ya poseemos los medios para detectar civilizaciones tecnológicas incluso tan primitivas como la nuestra a una distancia de varios cientos de años luz.
Si existieran, ellos ―las primeras especies inteligentes en expandirse por las estrellas― ya estarían aquí. Y como miramos alrededor y no vemos a nadie salvo a nosotros mismos, entonces lo único razonable es concluir: «Aquí estamos solo nosotros, así que "ellos" somos nosotros». Aquí evolucionamos y todavía no hemos empezado a sembrar las semillas de la vida entre las estrellas, pero seguramente lo haremos. Hace 3000 millones de años, un planeta, el planeta madre, vino a la vida. Lentamente la vida se esparció por todo el planeta madre, ganando en complejidad y diversidad hasta que pudo pensar en ir aun más allá.
Nuestros descendientes extraterrestres nos recordarán como los pioneros
En corto tiempo (si pensamos a escala cósmica) seres diseminados por toda la galaxia mirarán a las amistosas estrellas de sus propios cielos. Mirarán hacia arriba y no verán una galaxia hostil y sin vida, sino repleta de vida, el legado del primer planeta que vino a la vida y luego llevó la vida a la galaxia entera. Ellos ya no serán humanos, así como nosotros ya no somos australopitecus, peces ni bacterias, y sin embargo ellos ―que poseerán una diversidad y un número trillones de veces más allá del ámbito actual de vida en la Tierra― serán nuestros hijos, los herederos de nuestra comprensión del sentido de la vida y del rol que los humanos vamos a jugar en esta magnífica celebración.
Y seguramente algunos residentes de los límites de esta galaxia madre mirarán hacia dentro, a las amistosas estrellas, y luego hacia fuera de la galaxia. Contemplando el infinito universo aún sin vida y la eternidad hacia delante, se preguntarán: «¿Cuál es el sentido de la vida?». Y mientras lo descubren, seguirán viajando.
Bibliografía
- Barrow, John D.; y Tipler, Frank J. (1988): The anthropic cosmological principle. Oxford (Reino Unido): Oxford University Press, 1988.
- Rood, Robert T.; y Trefil, James S. (1983): Are we alone? Nueva York (Estados Unidos): Charles Scribner’s Sons, 1983.
Escríbanos
Si desea quejarse o dar su opinión acerca de este sitio, comente algo al final de esta misma página o bien envíenos un email al siguiente correo electrónico:
blupeados@hotmail.com
Índice del sitio Blupeados
- Tabla de contenidos (índice con todas las páginas del sitio).