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Yo creía que el guru era un devoto puro...[]

En mis años de devoto yo sostenía que el guru es un devoto puro. O incluso si el guru no era devoto puro, pero era puro de intención, tenía poderes especiales que le daba Krishna situado en su corazón. La prueba estaba en cómo cuando te macea te adivina todos los dobleces de tu personalidad.

Yo era el perro del guru[]

Mi guru nos maltrataba a todos los que pertenecíamos al templo. En ese momento me parecía normal. Si él ―como me habían dicho― tenía contacto con Paramātmā en el corazón, él sabía lo que era bueno para mí. Cuando me insultaba yo sentía cómo me purificaba el ego falso.

Había veces en que me gritaba por diez o quince minutos seguidos. Por supuesto que en ese momento me parecía más tiempo, pero yo calculo que sería algo así como un cuarto de hora, diciendo todo lo que se le venía a la cabeza para herirme en lo más íntimo, en lo poquísimo de dignidad que me quedaba. Él me insultaba y me gritaba que me fuera. Yo no sabía si realmente irme o quedarme. Si me acercaba a la puerta me seguía a gritos. Y si me quedaba me seguía insultando y echándome, ordenándome que me fuera. Si me iba, me decía que lo había traicionado:
―Al maestro espiritual hay que acompañarlo como un perro. Cuando uno echa a un perro, el perro vuelve una y otra vez. Aunque lo patees, el perro vuelve. El perro no tiene orgullo propio. Así debe ser un verdadero discípulo, uno que ama a su maestro espiritual. Pero tú ni siquiera eres como un perro.

Entonces si la próxima vez trataba de seguirlo a la distancia, él se daba vuelta y desesperado, casi con lágrimas en los ojos por la ira, me espetaba:
―¿Es que no entiendes lo que te digo? ¡Vete! Déjame solo, solo, ¡solo! ¿Puedes entender lo que te digo? Déjame tranquilo, dame la tranquilidad espiritual de no tener que verte la cara aunque sea por un momento.

Una vez yo estaba alabando a un amigo mío, devoto mayor, delante de otros devotos neófitos, diciendo lo mucho que nuestro maestro espiritual lo había maceado:
―Entre todos los hermanos espirituales, nadie ha sido tan maceado como él.
―Bueno ―reconoció este devoto―: a ti también te maceó muchísimas veces, quizá más que a mí. ¡Y creo que te maceaba más fuerte que a mí...!

Los melindres del maestro espiritual[]

Yo era terrible cocinando. O sea, cocinaba bien para la comunidad, pero no podía cocinar las delicadísimas preparaciones que le hacíamos a nuestro amo espiritual. O podía hacerlas pero no me daba el tiempo. Hasta le pelábamos un par de racimos de uvas. ¡Había que pelar y quitar las semillas a cada uva, una por una!

Cuando mi guru me decía que ayunaba porque yo no era capaz de cocinarle bien, yo sentía una genuina desesperación: «¡Me voy a ir al infierno: estoy haciendo pasar hambre al maestro espiritual!». Un amigo que ya había sido su sirviente personal, para aliviarme, me contó que le había pasado de entrar sorpresivamente a la casa del maestro espiritual y lo sorprendió comiendo el maha-prasada de la Deidad (unos bocaditos dulces) que él iba acumulando en un pote que escondía en su ropero.

Más tarde me enteré ―por medio de mis compañeros devotos― de que él se reía y consideraba su relación conmigo como una anécdota divertida. Pero a mí esas experiencias me marcaron, el mundo se me vino abajo.

Los mazos de Śrīla Prabhupāda[]

En una clase en Vṛndāvan (India) en 1992, Harikeśa Swāmī Viṣṇupāda contó su versión de cómo fue en realidad el pasatiempo de cuando Śrīla Prabhupāda lo echó de Vṛndāvana, a principios de los años setenta. En la biografía de Satsvarûpa Maharaja aprendimos que Śrīla Prabhupāda veía que su discípulo tenía mucho talento como predicador y era un desperdicio tenerlo como sirviente personal, un puesto que cualquier devoto no predicador podría haber cubierto. Fue un asunto muy enloquecedor, primero Śrīla Prabhupāda le decía que quería que se fuera a predicar, que no necesitaba a un predicador como secretario personal. Pero Śrīla Viṣṇupāda contó que Śrīla Prabhupāda lo insultó un montón de veces y lo echó. Śrīla Viṣṇupāda pasó la noche casi sin dormir, llorando desesperado. Cuando al amanecer decidió seguir la orden del su maestro espiritual, fue a comunicárselo.
―Śrīla Prabhupāda, por fin entiendo por qué usted quiere que me vaya de Vṛndāvan. Está bien, me voy.
―Desde que te conocí siempre supe que me ibas a traicionar y abandonar. No fuiste capaz de soportar la prueba del maestro espiritual. Vete, mal discípulo.
―¡No, Śrīla Prabhupāda, yo no me quería ir! Pensé que esa era la mejor manera de...
―¿«Pensaste»? ¡Ese es el problema! ¡Tú piensas!

La crueldad de Śrīla Prabhupāda[]

Harikeśa Swāmī Viṣṇupāda lo contó así, no sé si esta historia era verdad o si fue solo su manera de vengarse de Śrīla Prabhupāda, haciéndolo quedar como un déspota cruel y enfermo. Pero a mí me ayudó muchísimo en ese momento, porque comprendí que mi maestro espiritual era lo mismo que Śrīla Prabhupāda. Si Śrīla Prabhupāda es un devoto puro de Krishna (un detalle que ―según mi opinión― estaba demostradísimo), y si mi maestro espiritual era igual de psicótico y cruel que Śrīla Prabhupāda, entonces mi guru también era un devoto puro.

Notas[]


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